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abril 30, 2025Los seres humanos del siglo XXI estamos altamente entrenados para pensar. Somos tan buenos para pensar que lo hacemos en exceso, pensamos hasta paralizarnos, pensamos cosas que no necesitan ser pensadas y pensamos hasta quitarnos el sueño. Por supuesto, a la hora de tomar una decisión, esta forma de vida no es la excepción. Se nos ha dicho desde que tenemos memoria “piensa muy bien lo que haces” o “piensa muy bien antes de actuar”, o cualquier otra forma similar de educación que nos invita a tomar decisiones netamente desde un lugar cognitivo. Pero ¿qué tanto se nos enseñó a sentir antes de actuar? ¿Qué tanto nos dijeron que sintiéramos antes de tomar cualquier decisión?
Nuestra obsesión con el pensamiento no es reciente. Los seres humanos amamos pensar, y esto tiene una raíz evolutiva clara: nuestra forma elevada de cognición nos ayudó a sobrevivir. Sin ella, no hubiésemos alcanzado los avances que actualmente tenemos. Por lo tanto, nuestro ser más profundo está enamorado de pensar y lo ve como una solución a todo lo que tenemos que hacer. Pero el pensamiento no es la única dimensión que tenemos los seres humanos, hay más, y una de ellas, quizá una de las más centrales, es toda nuestra experiencia emocional. Allí tenemos una sabiduría que muchos parecen olvidar. Veamos lo siguiente: mucha de la maduración cognitiva que tenemos actualmente se acompañó de la aparición del lenguaje, y antes de que pudiéramos madurar las primeras formas de escritura, pasamos alrededor de 30 mil años guiándonos por otras formas de experienciar la realidad. 30 mil años donde una de nuestras principales guías fue la experiencia emocional. Esa acumulación de conocimiento no ha desaparecido en los seres humanos modernos, así que, recuperar la emoción como radar debería ser al menos una de las tareas fundamentales de cualquier persona que quiera funcionar como persona completa, y exprimir la mayor posibilidad de esta experiencia humana.
Y ojo, que no hablo de las emociones como “sentimientos” como formas racionales y pensadas, hablo de la emoción como experiencia primitiva y somática, como conjunto de sensaciones. No es que descalifique la complejidad del proceso, es que somos muy buenos en algunas de las fases de este y en otras nos bloqueamos y nos mantenemos ignorantes. Lo más interesante es que parte de la sabiduría que traen consigo nuestras emociones tiene que ver con funcionar a la manera de un radar para indicarnos rápidamente los cambios en el ambiente y las posibles respuestas al mismo. Teniendo en cuenta que cuando tomamos decisiones generalmente nos enfrentamos a un cambio y queremos que se dé de la mejor forma, en la experiencia emocional encontraríamos información muy valiosa a la hora de elegir qué camino tomar. Por lo tanto, reconectar la sabiduría emocional disminuiría la probabilidad de error a la hora de tomar decisiones. A esto, sumémosle la ventaja de que, a diferencia de nuestras formas de pensar, la emoción no está tan contaminada de miedos, ansiedades, bloqueos, taras psicológicas u otros. No puede estarlo porque primitivamente habla el lenguaje del cuerpo y no de la mente, donde se encuentran la mayoría de nuestras locuras que terminan complicándonos la vida a la hora de elegir bien.
Tomar una decisión solo desde la cabeza, la hace fría y distante de la realidad. Tomar una decisión solamente desde la emoción corre el riesgo de hacerla impulsiva. No estoy de acuerdo con las tendencias actuales donde prima solo la experiencia emocional y se nos pide solamente sentir y no pensar. Esta es otra forma de extremismo. Lo que, si me parece justo con nuestros años de historia evolutiva, es que podamos dinamizar la toma de decisiones incluyendo también lo que nuestra experiencia emocional nos indique en un momento dado. Sentir y pensar el camino a seguir nos ayudará a cometer menos errores. Sentir y pensar las decisiones nos permitirá ser más auténticos y elegir formas de vida más cercanas a lo que realmente queremos.