¡El dolor también tiene sus derechos!
Estuve, recientemente, haciendo una mini investigación. Recogí las respuestas que me daban las personas con las que me encontraba cuando las saludaba. ¡Sí! Es decir, veía si me respondían con algo positivo o si su respuesta era más honesta en cuánto a cómo se encontraban. Lo curioso, es que el 90% de las personas (incluidos pacientes) respondía que estaba bien, pero después, cuando la conversación se ampliaba, me daba cuenta de que la realidad era otra completamente diferente. Por esto, es altamente probable que, si los saludara el día de hoy, ustedes me responderían, en su mayoría, que todo está muy bien, que nada pasa, que todo marcha acorde a lo esperado y cualquier otra respuesta similar que utilicemos por aparente cortesía o educación. Y en la cotidianidad, estaría seguro de que nadie diría nada, en absoluto, que pudiera ser ligeramente diferente a una respuesta “positiva” … ¿Se imaginan como sería el mundo si fuera como la gente cuando responde un saludo?
Imaginemos por un momento que todos fuéramos obligados a responder con absoluta sinceridad nuestros saludos. Entonces, ya no tendríamos un mundo donde por apariencia todo va bien, quizá, ahora las respuestas podrían variar: mal, con dolor, triste, ofuscado, tengo mucha rabia, hoy no quería levantarme, estoy peleando con mi mamá, etc, etc, etc… ¡Vaya como cambiaría! Tendríamos un mundo real, un mundo donde existe el dolor. En realidad, y en primer lugar, esto no tendría porque tener nada de malo, las situaciones no dejan de existir (no dejan de doler) porque no las reportemos. Las emociones que oscurecen el día van a estar presentes por más que no las evoquemos, o no se las contemos a alguien que nos saluda en el ascensor. Igual y se nos nota.
Tuve hace poco una sesión con una de mis pacientes en la que ella me contaba una situación dolorosa de su cotidianidad: ella había intentado tomar una decisión y, por miedo, había elegido de la forma más equivocada. Mi respuesta fue natural: ok, bueno, debes asumir la responsabilidad de tu error, eso implica que de alguna manera debes darle la bienvenida a ese dolor que estás sintiendo. Es como si hubiera llegado a tu casa a pedirte posada y tu debes ofrecerle la mejor habitación que tenga. Su respuesta no fue la mejor, para mi tenía todo sentido esta intervención, pero el llanto aumentó, los sollozos y la expresión de su cara se fue transformando hasta que poco a poco terminó convirtiéndose en una gran pataleta. Yo permanecía en silencio mientras escuchaba entre llanto: no es justo, esa no es la respuesta que yo esperaba, ¿aceptar esto? ¿Que me duela? ¿Darle la bienvenida? ¡Esas no son palabras reales de consuelo! Yo sólo podía parafrasear a Albert Camus en una de sus obras de teatro cuando uno de los personajes grita: ¡el dolor también tiene sus derechos!
Evidentemente mucho de lo que sucede con ella tiene que ver con el trabajo que hacemos en el consultorio, pero esta negación, esta cerrazón frente al dolor, el malestar o el sufrimiento, en general, suele ser algo que desafortunadamente nos caracteriza, tenemos miedo de vivir con dolor y por eso, en cuánto sufrimos iniciamos una batalla que no tiene salida, nos desgasta y en la que tenemos todas las de perder. Miremos más respuestas de saludo cotidiano: ¡aquí, aguantando! ¡En la lucha! Suelen ser otras de las respuestas que usamos en nuestra cotidianidad. Supongo que cada uno de ustedes tendrá o habrá escuchado alguna variación de estas. ¿Aguantamos qué? ¿Luchamos contra qué? Generalmente estamos hablando de nuestro sufrimiento.
No se preocupen, esto no es una campaña en pro del sadismo. Simplemente es una invitación a vivir el sufrimiento cuando lo tenemos que vivir, ¡y a vivirlo con todas las ganas! Entre meditadores hay un dicho que me gusta mucho: si el diablo se te aparece cuando meditas, entonces siéntalo a meditar.
No podemos exigir tener unas vidas plenas de sentido sin darle el respectivo espacio al dolor. No existe vida sin dolor, no existe alegría sin unas buenas lágrimas que le hagan contrapeso. El dolor contiene múltiples caminos de significado que perdemos y desaprovechamos y, lo mejor de todo es que, cuando dejamos esta lucha por no sufrir y permitimos que aquello que nos duele se presente, la naturaleza suele darnos una mano y nuestra evolución hace que las emociones desagradables se consuman más rápido: ¡sí, duren menos! ¿Imagínense que buena fórmula, ah? Menos dolor y el que se presenta lo vivimos con todo su potencial y significado abriéndonos a entender que este mosaico de vida también tiene algunos fragmentos que son oscuros. Una de las raíces de la palabra dolor precisamente tiene que ver con pulir, alisar y cortar: el dolor puede pulir nuestra vida.
Para reencontrarnos con el sentido de nuestras vidas, definitivamente tenemos que entender que nuestra relación con el sufrimiento y con aquello que nos duele, tiene que cambiar. Un escenario infernal no puede ser un lugar al cuál echarle más leña, la lucha no tiene ningún sentido. Debemos abrir la posada del corazón y ofrecerle una de nuestras mejores habitaciones al dolor, sólo así cobrará el sentido que tiene su presencia y podrá convertirse en un viajero satisfecho que puede regresar a casa.
Un autor que me gusta mucho, Edgar Morin, dice que la única manera real de vivir es “vivir poéticamente” y no existe poesía bella que no tenga algo de dolor, incluso, aquellas para enamorados. Piedad Bonnett, una autora colombiana, dice en uno de sus poemas una de las frases más bellas que he leído sobre el sufrimiento: “por el dolor deduzco que no he muerto”, el dolor es un signo de vida. Si no es suficiente, el rock también sabe de dolor, una canción que me gusta mucho del grupo londinense Placebo reza: “porque un corazón que duele, es un corazón que funciona”. Es así de simple.
Al inicio dijimos que en últimas sólo se trata de cambiar las reglas del juego. Terminemos hablando de juegos. Hay un juego muy común, que estoy seguro de que muchos jugamos o hemos visto jugar (o hemos terminado siendo víctimas de este). Es común que los niños y algunos adolescentes caigan en la tentación de tocar al timbre de casas para después salir corriendo, cosa que molesta profundamente a los adultos que las habitan, que generalmente abren sus puertas para encontrarse con que el ejercicio ha sido en vano. Esa frustración, esa rabia, esa lucha es la que motiva a que los adultos sean víctimas de un segundo y hasta tercer timbrazo. En ocasiones, es tanto el malestar, que conozco de algunos que recibieron varios gritos, fueron perseguidos o incluso recibieron baldados de agua de algunos de sus vecinos. Ahora imaginémonos que por un momento todos los vecinos se ponen de acuerdo y en un arrebato de rebelión frente a los códigos de propiedad horizontal, sus enseñanzas y todo aquello que se supone es correcto, abren la puerta sonrientes e invitan a los niños a pasar… ¿Qué pasaría con nuestro juego?