
AMOR Y SUMISIÓN
abril 30, 2025
CONFIANZA Y HONESTIDAD
mayo 26, 2025Hace poco, en medio de una consulta, una paciente se mostró muy angustiada cuando comenzó a descubrir cosas de sí misma que contribuían a su problema, su malestar, de las cuales no había sido hasta ahora consciente. El problema no era tanto el contenido de este descubrimiento, el problema era que ahora que sabía que no era aquello que le habían enseñado, no tenía más remedio que enfrentarse a sus propias posibilidades desconocidas. “Y ahora, ¿quién carajos soy?”, era la pregunta que retumbaba con fuerza dentro de la angustia que genera el proceso de cambio. Quizá uno de los aspectos más complicados de conocernos a nosotros mismos tiene que ver con las brechas de incertidumbre que este proceso abre y nos encamina a enfrentar.
Es común que pensemos y hablemos sobre los apegos que tenemos hacia personas, incluso hacia cosas, pero no tanto que miremos qué tan fundidos o pegados a nuestras ideas estamos. Ideas que muchas veces simplemente hemos aceptado sin mayor crítica o revisión. Simplemente vamos aprendiendo cosas en la vida, las vamos acumulando y registrando, y pasan a ser parte de nuestra definición, de lo que creemos que somos, sin tener mayor filtro. El problema es que cuando nos identificamos de esta manera con ciertas formas de pensar, cada vez que se vean atacadas, sea porque alguien las cuestione, o porque la vida misma nos esté invitando a reformularlas, vamos a sufrir y nos vamos a defender de formas muchas veces dañinas. Evidentemente algunas de estas ideas tienen en sí un valor para nosotros y defenderlas de una manera sana hace parte de una vida clara y con sentido. Pero otras de ellas son simples fórmulas que nos hemos acostumbrado a repetir, de memoria, porque sí y que no soltamos cuando es necesario, simplemente porque nos asusta la incertidumbre que espera detrás del duelo que subsigue a enterrar alguna creencia.
Distinguir qué del sistema de pensamiento necesita ser revisado es una tarea que le corresponde a cada persona, no existe un criterio que pueda generalizarse. Lo que sí es posible es realizar una invitación general a que cada uno de nosotros se tome un tiempo para poner en duda la forma en que piensa y las cosas que suele creer. Sea para reafirmarlas o sea para encontrar o construir nuevas posibilidades. Solos o con ayuda profesional siempre es importante preguntarnos: ¿de dónde viene lo que creemos? ¿quién nos lo enseñó? ¿coincide esta forma de ver la vida con la que realmente quisiera? ¿se adecúa lo que pienso a lo que estoy viviendo o quisiera vivir? u otras posibilidades que puedan ser similares. Al hacernos estas preguntas realizamos un gesto de valentía hacia el autoconocimiento. Es valiente porque implica enfrentar el miedo de abandonar viejos sistemas de creencias y entrar en el espacio no seguro, pero fértil, de la posibilidad.
Desafortunadamente, buena parte de la responsabilidad de nuestra tendencia hacia cristalizarnos en ciertas formas de pensar viene de la misma educación que hemos recibido. Se nos enseña a repetir verdades absolutas que no pueden ser debatidas, en lugar de enseñársenos a pensar sobre las mismas. A cuestionar. A curiosear y si es el caso innovar. Aferrarnos a un sistema de ideas en particular es un acto de involución. No hay desarrollo posible sin innovación, y esa innovación implica una revisión y a veces quema de nuestras formas tradicionales de pensar. Si queremos avanzar hacia formas más plenas y auténticas de nosotros mismos, no nos queda más alternativa que la autocrítica que abra las puertas a nuevas posibilidades de ver el mundo, abonadas con la incertidumbre sana que debe traer todo cambio.