
COMPOSTAJE EMOCIONAL
marzo 14, 2025
EMOCIÓN Y DECISIÓN
abril 15, 2025Hay una frase de un maestro budista al que alguna vez conocí que siempre me acompaña: “ni crean que esto es tan fácil como un café instantáneo”. Evidentemente en ese caso se refería a la meditación y el proceso de desarrollo espiritual que conlleva. Pero, a propósito de esta reflexión, podemos usarla para la vida en general. La vida y sus procesos no son como un café instantáneo, no se soluciona todo de inmediato ni se cumplen nuestros afanes y formas de presión.
Durante milenios los seres humanos estuvimos mucho más conectados con los ritmos naturales, con los ritmos de la vida tanto exterior como interior. Evolucionamos y como todo cambio trajo cosas buenas y cosas malas. Entre ellas es claro que nos hemos desconectado de esos ritmos propios, hemos perdido la sabiduría de escuchar atentamente a la vida y pasamos a exigirle a ella que nos escuche. Cosa que, cómicamente, poco le importa. La tecnología y su inmediatez nos han traído grandes ventajas, eso es seguro, pero también han traído consigo las consecuencias de un afán innecesario, con su respectiva ansiedad y malestar cuando las cosas no se cumplen al ritmo que nosotros queremos. Hemos perdido la capacidad de esperar sabiamente, de llevar un proceso paso a paso y de experienciar con consciencia y lentitud aquello que vivimos. Insisto, en ciertos ámbitos esto puede ser de alta utilidad, pero por más avances que podamos tener en la rapidez de los procesos y la disponibilidad de información, hay ritmos y procesos humanos que no cambian y continúan igual. Especialmente, quisiera hacer énfasis en el tiempo que nos toma metabolizar a los seres humanos aquellas situaciones donde sufrimos, donde tenemos duelos, donde enfermamos o cualquier otra cosa similar. Espacios donde el dolor necesita su tiempo, donde la tristeza debe ir a su ritmo, donde la desesperanza tarda en volverse luz.
Es a esto a lo que llamo la enfermedad turbo. ¿Cómo saber que la padezco? Fácil: si cuando se presenta el dolor, el cambio inesperado, la enfermedad, en fin, el sufrimiento, la tendencia inmediata es obligarte u obligar a que esto se te pase o pase ya. Esta enfermedad genera un profundo desespero, una necesidad de que los procesos naturales y los ritmos de ciertos momentos de nuestra existencia se extingan, con rapidez, solamente por su cualidad desagradable. Así como somos hijos e hijas de la era del café instantáneo lo somos de la era de los analgésicos. ¡Dame o denle algo rápido para que se le quite eso ya! Y por supuesto, no estoy invitando a sufrir dolor y martirizarnos, si no, a respetar la temporalidad que ciertos sufrimientos exigen para poderse transformar. Cuando estés sufriendo no te exijas ir más rápido de lo que tu propio ritmo interior te indica. Permítete sentir y transitar lo que en ese momento la situación te exija. Así mismo, por favor, no presiones a nadie para que salga de momentos difíciles, esta es una forma violenta de descalificar el mundo emocional de los demás. Cultivemos más empatía y menos afán.
Reconectarnos con el ritmo interior en nuestras situaciones difíciles es tan importante como respetar los tiempos en que se da la salida del sol. Existe sabiduría que durante milenios hemos acumulado en la forma en que se procesan nuestras emociones, aunque sea difícil y no necesariamente agradable, es importante volver a confiar en ese ritmo propio y personal. Además, existe un problema adicional, si queremos una tristeza y un sufrimiento turbo, inevitablemente comenzaremos a extender esta loca exigencia a otros escenarios emocionales, llegando a sentir escasísima y rapidísima felicidad, porque no tenemos tiempo para sentarnos a vivirla, disfrutarla y expresarla según su ritmo natural. Reserva el afán y el turbo al lugar en donde realmente te puedan beneficiar.